La lógica y teoría del Desarrollo Sostenible ha sido un concepto que lleva varias décadas en el espectro de la política mundial. Si bien podemos ubicarla antes de la finalización del siglo pasado, no fue hasta el lanzamiento de los Objetivos del Milenio en el año 2000 por parte de la Organización de las Naciones Unidas cuando comenzó a tomar forma este marco de acción, asomando cierta relevancia para los países, dando paso a su implementación como política multilateral teórica y luego formalmente en el año 2015 con la adopción de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS), dieciséis objetivos y metas a cumplir antes del año 2030.
Desde la suscripción de la Agenda 2030 por parte de los países pertenecientes a la ONU, se ha adoptado un discurso casi homogéneo y altamente especulativo desde las naciones a través de sus dirigentes, en el que se repite a modo de mantra la sustentabilidad como meta, pero que muchas veces antagoniza con la lógica actual de producción y consumo que poseen los principales bloques económicos del planeta.
Esta contrariedad entre la realidad fáctica y el discurso, coarta la posibilidad de aplicar dicha agenda de manera concreta y eficaz, creando una brecha que emana antagonismos de forma y de fondo, e impide además la construcción por métodos prácticos y sostenibles en el tiempo de un mundo con menos desigualdades y más garantías de prosperidad para las siguientes generaciones, de cara a los desafiantes tiempos que afronta nuestra humanidad.
Una de las principales causas que hacen peligrar las iniciativas en el contexto del Desarrollo Sostenible deriva del carácter genérico de su marco teórico, que si bien posee una suerte de estructura desglosada en objetivos, metas e indicadores trasversales, carece de un método de aplicación eficaz que se adapte individualmente a las naciones, considerando lo heterogéneo de sus economías y sociedades, siendo éstas, entre otras aristas, las que hacen que el alcance de estos objetivos sea más o menos efectivo y genere resultados según el país o región donde se apliquen.
La carrera por estar a la vanguardia en el discurso de la Sustentabilidad y el Desarrollo Sostenible de nuevas tecnologías para el avance integral de los países y sus sociedades, ha llevado a plantear metodologías en el desarrollo de leyes y políticas públicas, así como regulaciones económicas y fiscales que contradicen en ocasiones los fines últimos a alcanzar, que incluyen entre otros: la conservación de la paz, mayor calidad de vida de los pueblos, protección de la libertad y derechos individuales, reducción de las desigualdades y el costo de vida, reducción de la pobreza y el hambre, protección y restauración de los ecosistemas y el medio ambiente, así como la garantía de una vida digna para todos los que habitamos el planeta.
A medida que avanza el tiempo no solo observamos que no se han cumplido los objetivos en la más mínima expresión, sino que parece alejarse la posibilidad de ser alcanzados realmente, encontrándonos al día de hoy con un mundo altamente parcializado con casi noventa conflictos bélicos activos en diferentes regiones del planeta, altas tensiones diplomáticas y amenazas constantes entre las naciones potencia que se disputan la hegemonía global, y un tablero de relaciones cambiante sin una brújula definida que permita vaticinar el futuro, impidiendo crear planes y proyectos a mediano o largo plazo que ayuden a mejorar la situación.
Estas tensiones crecientes, además del desplazamiento constante de las esferas de influencia en las regiones geoestratégicas del planeta, así como la aparición de nuevas tecnologías aplicadas a la comunicación, armamento y aeronavegabilidad, han hecho que se reformule la lógica de explotación, generándose así un nuevo escenario a analizar, ya que quien lidere esta nueva carrera por la apropiación de los recursos estratégicos del planeta será la superpotencia que dictará la agenda geopolítica y económica del mundo en las próximas décadas.
China, EEUU, Rusia, y la UE son sin duda alguna las cuatro entidades de la actualidad que protagonizan esta disputa por el liderazgo geoeconómico del planeta, dibujando y redibujando el tablero de alianzas, y compitiendo entre sí por mantener y ampliar su presencia hegemónica a nivel global, sobre todo en las regiones donde abundan los recursos y materias primas necesarios para garantizar el desarrollo de sus economías, tecnologías autónomas y fuerzas bélicas disuasivas.
Ahora, he aquí la paradoja…
Siendo estas naciones y bloques los principales voceros discursivos en cuanto a Desarrollo Sostenible, son también ellos los mayores emisores de agentes contaminantes en el planeta, aportando casi el 50% de las emisiones de CO2 a la atmósfera, gracias a sus economías altamente industrializadas, convirtiéndose ellos cuatro (China, EEUU, Rusia, y la UE) en culpables de las consecuencias que sus emisiones ocasionan, como desastres naturales, aumento y variación en las corrientes marinas y fluviales, y trastorno radical en las temperaturas climáticas del planeta; convirtiendo a los países con menos índice de desarrollo e infraestructura en las víctimas más grandes de esta situación, desencadenando en ellos un espiral que genera desigualdades, crisis sanitarias y movimientos migratorios forzados, los que a su vez golpean de manera estructural y en un efecto rebote las fronteras y economías de los grandes países detonadores de las causas primigenias de la problemática.
La redistribución demográfica y apertura de nuevos mercados ha generado una aceleración vertiginosa en la producción y sobre explotación de recursos minerales estratégicos así como la reorientación de la minería hacia la extracción de materias primas de nueva data, como son los denominados “High Tech Metals”, entre los que se encuentran el Litio, Coltán, Tungsteno, Cobalto, Magnesio, Antimonio, Grafito, Paladio y entre otros , ubicados la mayoría de ellos en el subsuelo de regiones subyugadas por la pobreza y la desigualdad, víctimas de las luchas proxys que mantienen las potencias a través de su intervencionismo hegemónico, las mismas potencias que han logrado parte de su desarrollo, otrora o contemporáneamente, a través de una relación desigual basada en el expolio, dejando a su paso naciones empobrecidas.
Es debido a estas razones que los ecosistemas, las naciones con bajo índice de desarrollo, y el actual clima de inestabilidad política a nivel global, ameritan un viraje radical en la correlación de poder que hoy en día dirige el rumbo del planeta. Se hace imperativo un cambio de paradigma, así como una nueva lógica que permita el diseño de nuevos organismos reguladores independientes y autónomos, que realicen arbitrajes e implementen estructuras y mecanismos eficaces para controlar el accionar de las naciones desarrolladas, así como de las grandes corporaciones económicas, ya que de ello depende la paz, el desarrollo y la vida misma de nuestro planeta y todo lo que en el habita.
Autor: Hebert Molina
Analista en Geopolítica Internacional | Consultor en Desarrollo Sostenible
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